40 años de Lisístrata

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martes, 6 de diciembre de 2022

Patricia Álvarez

 


Empecé a asistir a las reuniones de LISÍSTRATA en el otoño de 1989, aunque las conocí a algunas de ellas en una apertura paralela de la Universidad un año antes, con lo cual iba asistiendo a algunos actos programados y a las manifestaciones en un conocimiento mutuo muy  interesante; lo cual finalmente hizo que me decidiera a implicarme a tope. Y así hemos seguido 40 años y hasta ahora…

Recuerdo sobre todo los debates los viernes por la tarde, todo era debatido en profundidad, le dedicábamos el grueso de la reunión. Luego están las manifestaciones, las acciones, los talleres y los viajes. Recuerdo alguna con especial impresión, en cuanto a cambio o brecha social y lo que ello representó para todas nosotras. Fueron dos viajes a Madrid uno en 1993 y otro en la primavera de 1991, a las Jornadas Estatales Feministas junto a grupos y asociaciones del país. Allí fue donde fui consciente de la existencia de la doble militancia, de las luchas de poder existentes, fue como un estallido y proyección hacia el mundo; nosotras nos consideramos básicamente un colectivo y fuimos conscientes de que realmente existían redes, pero también jerarquías.


Identifico mi pertenencia a Lisístrata con una parte esencial de mí que siempre había estado ahí. Simplemente lo externalicé y me integré en el grupo al que siempre había deseado pertenecer. Yo entré a la vez con Paz e Idoia y se nos ocurrió formar la comisión lésbica.

La parte que más me interesaba era la gráfica y la de archivo. Me fascinaba porque esta parte sí que era toda nueva ya que entonces existían muy pocos libros sobre el tema.

De alguna manera además de la implicación feminista ha sido algo vocacional.

Durante todos estos años, digamos que me he mantenido de una forma u otra relacionada con actividades y grupos feministas, por razones de trabajo, activismo, ocio y arte. En viajes organizados, con mujeres de otras partes del mundo

En parte no volvería en el tiempo, no me gustaría volver a empezar de nuevo, con todo lo que ello conlleva. Los cambios son necesarios y la evolución. Aunque haya errores de principiantes, el idealismo pervive, pero será de otra manera…


Inma Blasco

 

Aunque me bailan las fechas, creo que fue en segundo curso de la carrera de Geografía e Historia, durante el año 1992, cuando empecé a acercarme al colectivo LISÍSTRATA de la Universidad de Zaragoza. Recuerdo que la entrada en la universidad significó una apertura al mundo del activismo que yo no había experimentado hasta entonces. Una especie de sacudida interior, de desvelamiento de realidades que no habían estado visibles a mis ojos se produjo durante esos años. No me resulta fácil dilucidar qué desencadenó mi interés por el feminismo, pero sí sé que llegó para dar respuesta a muchas preguntas que me hacía tanto en la carrera (¿por qué no estaban las mujeres en las historias que nos teníamos que aprender?), como en mi vida personal e íntima (¿qué me habían contado sobre mi cuerpo y mi sexualidad con 22 años?). Fue Ana Aguilera quien llegó un día a clase y me dijo: “Inma, tenemos que ir a esta asamblea de Lisístrata”. Y allí nos plantamos las dos, ávidas de participar en el colectivo.


Mis recuerdos de Lisístrata tienen nombres y caras. Cuando yo entré en Lisístrata encontré a un grupo de mujeres extraordinarias, que habían dado forma al colectivo y que modelaron mi visión del feminismo como un movimiento tenaz, plural y festivo. Fueron Amparo Bella, un generoso referente de historiadora feminista, con su biblioteca plagada de libros de historia de las mujeres; entonces, sin duda, la biblioteca feminista mejor nutrida de la ciudad. Paz y Patricia, a quienes recuerdo hablar de Greenham Common como si fuera el paraíso; y el delicioso pan que preparaba Patricia y que compartía en nuestras reuniones. A Idoia, con su humor y su empuje; y a Esther Moreno, tan luchadora y clarividente, que era nuestro puente con el colectivo Ruda. Y, por supuesto, a Ana Mastral, que convirtió junto con Toñi la librería de mujeres en punto de encuentro y en nuestro suministro de conocimiento feminista que fue imprescindible para todas nosotras. No me olvido tampoco de Maite y de las “jóvenes” que vinieron después: Pili, Sandra, Majo, Pili…

Mis recuerdos de Lisístrata evocan encuentros, como el de Donosti, a donde viajamos Ana y yo junticas, ávidas de aprender y de cambiar un mundo  del que queríamos eliminar la discriminación sexual y, sobre todo, ser más libres en nuestras elecciones y en nuestra sexualidad.  La preparación de acciones, pintadas, pegatinas, las charradas en el último piso del interfacultades sobre temas que no se trataban en ningún otro espacio de nuestro día a día, como el aborto, el lesbianismo, la sexualidad femenina o el acoso en las aulas, estuvieron aderezadas por el sabrosísimo pan biológico de Patricia, que representaba también otra manera, para mí completamente nueva entonces, de entender nuestro alimento y el cuidado de nuestros cuerpos.

Con especial cariño, y también desolación, viene a mi mente la visita de Stasa, de Mujeres en Negro contra la Guerra, para denunciar las violaciones como arma de guerra en Kosovo. Desde ese día los encuentros en negro y en silencio en la Plaza España, en la puerta de la Diputación provincial, se convirtieron en la manera de protestar contra la barbarie sexual de la guerra.

 Sin Lisístrata es muy probable que mi interés por la historia de las mujeres no se hubiera despertado como lo hizo. Después formé parte del Seminario Interdisciplinar de Estudios de las mujeres de la UNIZAR, realicé mi tesis doctoral desde la historia de las mujeres, y he seguido mi carrera investigadora y también docente intentando incorporar un enfoque feminista en la docencia universitaria. No puedo imaginar, en aquel contexto, con mis inquietudes y búsquedas, mi paso por la universidad sin la experiencia de Lisístrata: ¡gracias, compañeras, por todas vuestras enseñanzas y compromiso!!


Sandra Jorcano

 

Estuve en LISÍSTRATA del 93 al 97? Bueno, hasta el final, cuando las que estuvimos no pudimos/supimos darle continuidad al colectivo.

Esos años fueron un aprendizaje chulísimo del que guardo muchos recuerdos y en el que hicimos muchas cosas, sobre todo crecimos juntas.

Podría contar muchas historias, pero materiales he conservado menos de los que me gustaría... Guardo con mucho cariño un fanzine de cuentos que recogimos escritos por colegas donde las protagonistas eran mujeres en primera persona.

 La presentación la hicimos en una de esas tremendas fiestas del Arrebato y cada cuento fue representado por unas chicas de la escuela de teatro que entre escena y escena encendían y apagaban velas.

Fue un momento muy emocionante, ya que las actrices al final comentaron porqué habían elegido cada una el cuento y como se veían reflejadas en él.

El título de la recopilación es: "Una mujer, un espacio poseído"

Un poco homenaje a Virginia, y otro poco a esas diferencias que nosotras ya reconocíamos en las mujeres.

Una mujer, un espacio poseído
 

Clara Nchama

  



Creo que entré en LISÍSTRATA en 1991 - 1992. Después de un verano intenso y de muchos cambios personales, decidí dar el paso y colaborar de manera más activa con el feminismo. Había visto info sobre Lisístrata y sus actividades en el campus de la Unizar y, finalmente, decidí unirme.

Llegué en los últimos años del colectivo y no tengo en mente ninguna actividad en especial (perdonad mi memoria, pero 30 años no pasan en balde!) Recuerdo las reuniones y algunos gastos que pensamos hacer con el dinero que le habían dado a Idoia para hacer una "memoria"?,  alguna expo y presentación, y un artículo en un periódico con declaraciones mías que no sentaron especialmente bien entre algunas personas del grupo.

 LISÍSTRATA fue un momento importante de mi vida en el que estaba empezando a tomar decisiones sobre mi vida, intentando conocerme y descubriéndome como mujer adulta. Pasar tiempo junto a las compañeras de Lisístrata me ayudó a reafirmarme en la idea de que había otras maneras de enfrentarse a la vida como mujer y como persona. Con apenas 20 años, necesitaba abrirme al mundo, acercarme a otras mujeres, y el tiempo que pasé en Lisístrata me ayudó a abrir puertas que hasta el momento habían estado semicerradas.

No he vuelto a pertenecer de manera oficial a ningún colectivo, y llevo un tiempo sin estar envuelta en el movimiento digamos "de manera activa", pero colaboro con asociaciones de mujeres, a nivel nacional e internacional. Aun así, el feminismo es parte de mi vida, de mis decisiones diarias y de la manera que tengo de relacionarme con el mundo.

 Si pudiera volver en el tiempo ¿lo haría? A veces me he hecho esta pregunta y, salvo por mis padres (siempre digo que me encantaría volver a verles jóvenes de nuevo), la respuesta es no. Estoy encantada en mi piel (aunque el año 1994 no estuvo nada mal!).